Powered By Blogger

martes, 10 de marzo de 2009

Las Juventudes Hitlerianas (Die Hitlerjugend)


El movimiento juvenil, fenómeno de indudable importancia en la historia moderna de Alemania, se inició a fines del siglo XIX, en una época del más profundo materialismo. La educación revestía normas severas y no se manifestaba ninguna disposición de reconocer a la juventud sus derechos naturales y su carácter propio. Esta edad no era considerada entonces que una etapa preparatoria para llegar a ser un buen ciudadano, un buen patriota, y para estar en condiciones, más tarde, de cumplir con los deberes de su profesión. Las ideas reinantes no permitían una comunidad verdadera entre el maestro y el alumno, y los jóvenes, por su parte, veían en el maestro no al guía y consejero, sino solamente al funcionario, cuya única preocupación era cumplir con los reglamentos. Tampoco pudo encontrar la juventud la oportunidad de expansión y desarrollo conforme a su verdadera naturaleza, dentro de las asociaciones religiosas, sociales y semi-militares, ya que estas estaban constituidas generalmente por personas de mayor edad, que perseguían una finalidad educativa unilateral y un adiestramiento mal interpretado.
Sin embargo, el espíritu combativo de la juventud que se sentía oprimido y trabado en sus aspiraciones, se iba concretando poco a poco, y el toque de clarín lo dieron algunos renovadores jóvenes y entusiastas, entre ellos Hermann Lietz y el Dr. Gustav Wynecken. Ellos fueron los que fundaron los primeros centros de enseñanza libre en el campo: los institutos en Ilsenburg, Haubinda y Wickersdorf, en los cuales pudo manifestarse el espíritu de la juventud y de la camaradería entre el maestro y el alumno.
Casi al mismo tiempo e independientemente de estas tentativas de reforma escolar, surgió en un barrio suburbano de Berlín, en Steglitz, otro movimiento, él de los "excursionistas" (Wandervögel), que se extendió rápidamente por toda Alemania. En el año 1896, un alumno de instituto, Karl Fischer, reunió a su alrededor a algunos compañeros de estudios, todos ellos de genio ardiente, combativo y enemigos de la rutina diaria. Todos los domingos Fischer conducía a sus amigos a Fohlenkoppel, a las praderas que se extienden al sur de Potsdam, algunas veces más lejos, en la Marca de Brandenburgo, y, más tarde, sus excursiones los llevaron hasta los lejanos bosques de Bohemia.
Fischer había estudiado profundamente leyendas, costumbres e indumentaria de los antiguos germanos así como la historia de la civilización y de las distintas razas.
Los paseos por los bosques de los alrededores de Berlín y en Bohemia, las noches de vivac en las orillas del Nuthe, las conferencias solemnes bajo el cielo estrellado, las danzas y los cantos antiguos constituían la base del movimiento de los "excursionistas" que, quince años más tarde, al estallar la guerra mundial, contaba con 60.000 afiliados, distribuidos por toda Alemania, ejerciendo una gran influencia en la vida de la juventud y en su actitud hacia la nación.
Otros grupos constituidos simultáneamente pretendían implantar la más diversas reformas. Consecuencia de ello fue una disgregación que terminó cuando sus elementos directivos, apóstoles de una nueva época, resolvieron reunirse en la cumbre del Alto Meissner, una montaña situada en las cercanías de Kassel, con objeto de celebrar allí una fiesta adecuada a los gustos y tendencias del nuevo movimiento. De esta reunión surgió la "Juventud Libre Alemana", gran asociación unificada, que adoptó como principio fundamental organizar su vida a libre albedrío asumiendo la responsabilidad consiguiente y con la firme resolución de defender su libertad en todas las circunstancias.
La guerra suscitó gran desconcierto en sus filas poniéndose ello especialmente en evidencia durante los años de la revolución 1918/19. Tanto fue así, que muchos de los partidarios del movimiento de la "Juventud Libre Alemana" pertenecientes a l proletariado, luchaban en favor de la revolución, mientras otros lo hacían en las filas de las milicias voluntarias, para combatir a los "anarco espartaquistas", viendo en la victoria del bolchevismo un peligro inminente para la patria y la raza alemana. Una tentativa de reconciliación y de concordia, iniciada en abril de 1919 en Jena, fracasó por completo.- Los años siguientes ofrecen una decadencia en todos los sectores juveniles, incluso entre los "excursionistas".
Los jefes de la juventud nacionalsocialista, no negaron los méritos que en su tiempo se acreditaran los "excursionistas" de Karl Fischer. El jefe de la Juventud del Reich, Baldur Von Schirach, escribió a este propósito en su libro titulado "La Juventud Hitleriana", que aquel movimiento tenía en aquel entonces la misma razón de ser que tuvo la Juventud Hitleriana. Las ideas y normas de conducta del movimiento de la "Juventud Libre Alemana", han creado las bases fundamentales, sobre las que se apoyó también la Juventud Hitleriana, como, por ejemplo, el principio de la dirección autónoma de la juventud, el antagonismo hacia los conceptos anticuados de la burguesía y la estima hacia la tradición nacional, el compañerismo, etc.
Y no obstante, aquel primer paso dado en público, la reunión de octubre de 1913 celebrada en la cumbre del Alto Meissner, resultó ser sólo un primer impulso. Los precursores tuvieron la valentía de exponerse a las burlas públicas, lo mismo que diez años más tarde hubieran de soportar impávidamente los combatientes del nacionalsocialismo.La Juventud Hitleriana heredó del antiguo movimiento alguna que otra forma exterior, pero la substancia y el espíritu lo ha recibido de Adolfo Hitler.
"El que de golpe un pueblo se levantara en armas- dice Baldur Von Schirach- y que católicos y protestantes, mendigos y millonarios, labradores y empleados de oficina, comerciantes y obreros, todos obedecieran a una sola voluntad y no fueran más que alemanes y sólo alemanes, fué lo que nos ha impulsado al movimiento. De nada valieron títulos, ni privilegios de casta, ú otra prerrogativa cualquiera. Y ello es lo que nosotros queremos también! ... De nuevo resurge en Alemania una juventud que nada quiere saber de lucros, ni de egoísmos, sino que se halla dispuesta a servir a la comunidad y está pronta al sacrificio a favor de la misma. Tal es el ideal de la Juventud Hitleriana. Un compañerismo entre todos los alemanes que nada desean para sí pero todo para todos! Porque nada quieren para si, todo lo pueden para su gran pueblo. No es una juventud investida de nuevos derechos, sino una generación educada en el más severo espíritu del cumplimiento del deber."

Desarrollo del Movimiento de la Juventud Hitleriana (HJ).

El creador de este movimiento fue el estudiante Kurt Gruber, quien, en el año 1926, utilizando como punto de reunión un sótano en el Plauen, organizó un gran número de grupos juveniles en Sajonia. Gracias a la actividad del actual jefe regional, Rudolf Engels, surgieron también rápidamente en Franconia numerosos grupos de la Juventud Hitleriana.
Gruber en aquellos tiempos de cruenta lucha dedicó todas sus fuerzas a consolidar y fomentar el movimiento de la juventud. Sus tentativas se vieron coronadas del éxito: los afiliados de la HJ aumentaban en igual proporción, el mismo movimiento nacionalsocialista. En el Congreso del Partido en 1929 Gruber pudo desfilar ante su Führer a la cabeza de 2.000 jóvenes hitlerianos, y este fue el espectáculo más emocionante de aquella manifestación.
Entre tanto, el Dr. Wilhelm Tempel había fundado la Unión de Estudiantes Universitarios Nacionalsocialistas, cuya dirección pasó más tarde a manos de Baldur Von Schirach. Posteriormente nació la Liga de Estudiantes de Bachillerato Nacional Socialistas, bajo la presidencia del Dr. Von Renteln.
Por motivos de salud y por exceso de trabajo, Gruber tuvo que retirarse en 1931. El Führer nombró en su lugar a Baldur von Schirach Jefe Nacional de las Juventudes del Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista. A consecuencia de su actividad incansable, el nuevo jefe de la Juventud Hitleriana fue objeto de continuas persecuciones por parte de las autoridades, sufriendo así mismo una encarcelación transitoria. Algún tiempo más tarde el ministro del Interior, Grüner, decretó la suspensión de la HJ, como también la de las secciones de asalto (SA). La consigna que recibieron entonces sus jefes fue la de continuar la obra de manera inadvertida y disimulada, sin lucir uniformes ni insignias. Durante este tiempo, la HJ adquirió sus afiliados más valiosos. Por millares acudían de las escuelas y de las fábricas a enrolarse bajo las banderas negras de la HJ.
Baldur Von Schirach y sus jóvenes adeptos se hallaban a la sazón en peligro constante y bajo la amenaza continua de ser detenidos y registrados sus domicilios.
Al ser nombrado el Dr. Von Renteln asesor en cuestiones económicas en la dirección del Partido, Schirach tomó también a su cargo, de acuerdo con aquél, la dirección de la Liga de Estudiantes de Bachillerato. A mediados de 1932, una vez que el decreto de suspensión quedara abolido, Von Schirach concibió el atrevido plan, de convocar en Potsdam a toda la Juventud Hitleriana de uniforme. Con ardor febril se dio comienzo a la construcción de un grandioso campamento de vivac para 100.000 miembros de la HJ. Los gastos originados fueron cubiertos con la venta de insignias conmemorativas. En la noche del 1º de octubre se celebró en el estadio de Potsdam la primera asamblea de la Juventud Hitleriana, en la que habló Adolfo Hitler. Al día siguiente tuvo lugar un desfile de la juventud que duró siete horas y media, espectáculo impresionante, del que pudo concluirse sin equívocos que si, en efecto, el Gobierno de Weimar poseía las bayonetas, el Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista tenía la juventud a su lado.
La enorme fuerza impulsiva de esta demostración reposaba sobre todo en un hecho que todavía hoy es el orgullo de la HJ y de su jefe: La juventud obrera, por cuya conquista se había luchado incansablemente durante muchos años, se hallaba en sus filas. La estadística profesional de la dirección de la HJ demuestra asimismo que un 70% de los puestos directivos del movimiento de la juventud nacionalsocialista estaban ocupados por muchachos oriundos de las esferas más modestas. Ello fue un verdadero triunfo de la Juventud Nacionalsocialista. Ya antes de la toma del poder, la mayoría de la juventud de los grandes centros industriales del Oeste y Centro de Alemania, estaba incorporada a la Juventud Hitleriana. La fuerza del marxismo quedó quebrantada, y con ello cesó su derecho de proclamarse representante de la clase obrera.
La HJ aprovechó el invierno 1932/33 para celebrar numerosas manifestaciones públicas que tuvieron como resultado inmediato la afluencia de miles de afiliados nuevos a sus filas. El 30 de enero de 1933 llegó el Partido al poder. En vista de que el nuevo Gobierno se hallaba agobiado por las numerosas tareas, la dirección de la HJ decidió tomar por si misma la iniciativa y fusionarse con las demás organizaciones juveniles existentes, en particular con el Comité Nacional de las Asociaciones de las Juventudes Alemanas. En tales asociaciones y gozando de los mismos derechos, se hallaban todas las organizaciones juveniles alemanas, marxistas, religiosas etc., esforzándose en demostrar en discusiones interminables, su derecho de existencia. Su jefe, el general Vogt, dándose cuenta de la situación, se declaró dispuesto a colaborar con Baldur Von Schirach.
La incorporación del comité nacional facilitó notablemente la unificación de las distintas organizaciones y ligas, a pesar de no haber sido llevado a cabo sin alguna resistencia, especialmente por parte de la Unión de la Juventud de la Gran Alemania, que era dirigida por el célebre almirante Von Trotha. El nombramiento de Von Schirach como Jefe Nacional de la Juventud del Reich hizo posible la disolución de la citado Unión. El almirante Von Trotha, con generosidad que le honra, se puso incondicionalmente al servicio del movimiento de la Juventud de Adolfo Hitler, como jefe honorario de la HJ Marina. Después siguió la incorporación del "Scharnhorst" de la juventud de los Cascos de Acero y otras organizaciones menos importantes, de manera que del millón de HJ que había en 30 de enero de 1933 se pasó bien pronto a tres millones de afiliados. Solamente quedaban subsistentes, con carácter independiente, las dos grandes asociaciones religiosas de las juventudes evangélica y católica.
En la entrevista celebrada entre el obispo luterano del Reich, Ludwig Müller, recientemente nombrado, y el Jefe Nacional de las juventudes, que tuvo lugar en los últimos días del año 1933, se convino que ninguna organización de la juventud evangélica debía subsistir en su estructura primitiva.
Los grupos evangélicos les fueron habilitados en su continuidad como comunidad espiritual, siempre que se desenvolvieran dentro de la esfera que les es propia, o sea, en las prácticas religiosas del culto evangélico. En un determinado día de la semana, la HJ había de conceder asueto a sus miembros evangélicos, para que estos pudieran atender a sus deberes religiosos.
A base de este convenio, la juventud evangélica fue incorporada a la HJ. Según el criterio de Von Schirach, tal acuerdo hubiera podido constituir un punto de referencia para una inteligencia futura con las asociaciones de la juventud católica.
El 1.ºde diciembre de 1936, el Gobierno del Reich promulgó la ley sobre la "Juventud Hitleriana", según la cual toda la juventud alemana, dentro de los confines del Reich, queda comprendida en la HJ. Los jóvenes, además de la educación que reciben en casa de los padres y en la escuela, serían educados en la HJ tanto física, como intelectual y moralmente, conforme a los preceptos del espíritu nacionalsocialista, para servir así mejor al pueblo y a la comunidad nacional. La misión de la educación pasaría a manos del Jefe Nacional de la Juventud del Partido Alemán Nacionalsocialista. De esta forma, el jefe de la juventud del Reich alemán asume las funciones de una autoridad superior del Reich con residencia en Berlín, y está subordinado directamente al Führer y Canciller.
Aun cuando esta ley constituye algo único y sin precedentes, no ha sido, sin embargo, más que el reconocimiento legal de una fase de desarrollo ya consumada. La juventud que de ahora en adelante había prestar servicio en la HJ, se encontraba ya reunida, en su mayoría, voluntariamente bajo sus banderas. En una declaración sobre la citada ley, von Schirach hizo alusión a las circunstancias, bajo las cuales la juventud ingresaba en otros tiempos en la organización, exponiendo luego sus proyectos para la realización de la labor a él encomendada.
"La juventud debe ser dirigida por la juventud"; este lema,- así decía el Jefe Nacional de la Juventud,- que en los días de la lucha más difíciles me dio el Führer como divisa al confiarme el sector de la Juventud del Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista, continuará siendo en lo sucesivo la norma directiva de nuestra actuación. No pienso yo tampoco presentarme ante la juventud a mí encomendada con luengas, barbas largas y paso vacilante. La dirección de la Juventud debe regirse por un espíritu juvenil. No serán los incapacitados, sino jóvenes activos, educados en la disciplina rigurosa de nuestras escuelas especiales y en nuestras academias, quienes en el futuro se colocarán al frente de la juventud.
No procederemos, sin embargo, de manera dogmática, y nos guardaremos muy bien, ahora que hemos llegado a ser una autoridad superior, de encerrarnos en artículos y párrafos legales, ahogando así el sano instinto en el polvo de los expedientes. Durante todo el tiempo de nuestra lucha he tenido a mi lado una cantidad de colaboradores que si bien mayores en años, podrían servir de ejemplo, a pesar de sus canas, por su espíritu juvenil y su elasticidad, a cualquiera de los "pibes". (Muchachos, en alemán "Pimpfe", son los miembros de 10 a 14 años de edad, que forman la organización preparatoria de la HJ propiamente dicha). Además de esto, considero mi misión mantener para la juventud, en una forma ya completamente ideada y concebida en mi imaginación, el principio de la libre voluntad, inherente a las circunstancias actuales, después de la publicación de la ley."
En realidad, hasta después del 1.ºde diciembre de 1936, no se ejerció presión alguna sobre la juventud perteneciente a las asociaciones confesionales para inducir a sus adeptos a ingresar en la organización nacionalsocialista.
"Mi actividad en lo futuro -continuó diciendo von Schirach- estará dedicada enteramente a las funciones de dirección y organización de los millones de afiliados de la HJ. Las divergencias relativas a la unidad de la juventud han pasado, y así como en su tiempo pude conquistar la juventud de las asociaciones marxistas para convertir a sus afiliados en fieles camaradas y colaboradores, así también espero reconciliar y ganar espiritualmente a todos aquellos que, por la voluntad del Reich, lleguen en los sucesivo a nuestra comunidad.
No es, por cierto, mi intención erigir en los bosques de Germania templos para sacrificios paganos o llevar a la juventud a un culto de Wotan (Odín), ni someterla a las artes mágicas de algún barbudo apóstol vegetariano. ¡Todo lo contrario! Que profese cada cual la convicción religiosa que le dictara su conciencia. La Juventud Hitleriana no es la Iglesia, como tampoco la Iglesia puede ser Juventud Hitleriana.
La comunidad por mi dirigida y de la que soy responsable, será guiada conforme al espíritu del Führer, hacia el Nacionalsocialismo, y será regida exclusivamente por mí y mis sub-jefes."
Creemos ahora conveniente tratar de la posición fundamental de la jefatura de la HJ frente a la cuestión de las asociaciones religiosas.
En un discurso que Baldur Von Schirach pronunció en Berlín ante el cuerpo diplomático y representantes de la prensa extranjera, declaró que la educación de la juventud es un derecho soberano inalienable del Estado. La finalidad de la educación oficial de la juventud constituye la educación sistemática del joven inexperto en ciudadano consciente y portador de la idea del Estado. El medio de educación más importante para alcanzar esta meta, es la Juventud del Estado, es decir, la comunidad de los jóvenes alemanes de todas las esferas, y clases sociales, patrocinada por el Estado. Tal es la juventud hitleriana, que constituye la escuela ideológica de la joven Alemania.
La asociación religiosa en su forma antigua era, según criterio de la jefatura de la juventud, una agrupación situada fuera del Estado que negaba la idea del mismo. Resultaba ser una continuidad de aquellos tiempos en que imperaba la diferencia de clases. Ahora bien, el principio socialista del Tercer Reich se funda en el postulado de la subordinación incondicional del ser individual bajo el ideal socialista de su pueblo. Este ideal socialista dentro de la juventud tiene solamente una forma de manifestación admisible: la Juventud Hitleriana. Toda asociación juvenil fuera de la Juventud Hitleriana, contraviene como tal el espíritu de la comunidad, que es el espíritu del Estado.
Sin embargo, hay un campo en el cual la unión religiosa debe conservar su derecho intrínseco de existencia. Este derecho ha sido reconocido y respetado por la HJ, pero no debe servir, sin embargo, de pretexto para la realización de intenciones políticas determinadas, sino que debe mantenerse dentro de los límites fundamentales de la asociación, pues de otro modo resultaría en menoscabo de intereses esenciales, que deben permanecer intactos. En primer lugar valdría a lesionar los intereses del Estado, cuya primacía en asuntos de educación debe quedar intangible, y en segundo los de la Religión, de la que la asociación religiosa se aleja en la misma medida que tiende a la actividad política.
Por tanto, el nacionalsocialismo exige que la asociación religiosa se limite exclusivamente al cuidado espiritual de sus fieles, y al mismo tiempo no deja de abogar por la continuidad de la Religión. No se hace objeción alguna a que la juventud religiosa de Alemania, compuesta de muchos o de pocos miembros, se organice en grupos, siempre que la dirección y actuación de los mismos sean íntimamente compenetrados de su finalidad puramente religiosa. Con esta restricción de las actividades de la juventud, concentrándola en el campo de su labor educativa, religiosa y espiritual, la jefatura de la HJ estaría dispuesta hasta a levantar la prohibición de doble asociación desapareciendo así el peligro de que las agrupaciones religiosas se dediquen a ejercer funciones cuya actitud y resolución deben ser de incumbencia exclusiva del Estado.
La instrucción religiosa para la Iglesia, y la educación política para el Estado! Esta es la fórmula que, según Von Schirach, puede establecer la base de una colaboración fecunda.
Algunos días después de la promulgación de la Ley sobre la HJ, Baldur Von Schirach, en un discurso irradiado por las difusoras del país, dirigiéndose a los padres alemanes y a la juventud, trató de nuevo sobre este tema:
"Algunos eclesiásticos mal orientados -dijo el Jefe Nacional de la Juventud- han tratado de caracterizarme como enemigo de la educación religiosa. Si sus palabras no han encontrado ningún eco en la Juventud, ello es debido a que la Juventud me conoce mejor. Jamás he tolerado la presencia de un ateo en la Juventud Hitleriana. Quien jura la bandera de la HJ, se liga no sólo a esta bandera, sino también se consagra a un poder superior. Ya mucho antes del 1.ºde diciembre la juventud que ingresaba en nuestra comunidad, solía valorar su juramento de fidelidad con la apóstrofe adicional: Así Dios me valga!
En lo que concierne a las profesiones de fe en particular, no me es dado, en mi calidad de Jefe de la Juventud del Reich, desde que en nuestras filas contamos con varias religiones, proclamar ninguna de ellas con carácter de primacía, así como, por otra parte, es mi deber evitar todo aquello que fuera susceptible de promover la discordia o desunión dentro de la Juventud.
Por ello, dejo en manos de las Iglesias la misión de educar a la juventud en la religión, conforme a sus credos religiosos, cuidándome muy bien de no inmiscuirme jamás en este asunto. Mi misión me ha sido confiada por el Reich Alemán, soy responsable ante el Reich de que toda la juventud sea educada física, intelectual y moralmente de acuerdo con el ideal del Estado Nacionalsocialista. Para la realización de este fin educativo, se creará un servicio determinado. No tengo inconveniente alguno en que fuera de este servicio cada joven se instruya en la religión allí donde sus padres y él mismo quieran. Los domingos, durante las horas en que se oficien los actos religiosos, no se fijará servicio alguno para la HJ, para proporcionar a todos la ocasión de poder concurrir a las iglesias.
Una vez terminada la divergencia entre la HJ y las asociaciones religiosas de la juventud por medio de la Ley del 1.ºde diciembre, resulta para mi una consecuencia natural ordenar que en el cuadro de la gran organización nacional que acaba de constituirse, estén obligados todos sus jefes a abstenerse de toda clase de manifestaciones al estilo de las antiguas controversias, debiendo ellos, por otra parte, velar porque los oficios divinos de los domingos, así como los demás actos puramente religiosos no sufran por las obligaciones de los jóvenes en el servicio en la HJ."
En cumplimiento de esta promesa, el 26 de junio de 1937 fue delimitada y reglamentada la relación de la HJ con las confesiones religiosas por medio de disposiciones dictadas por el Jefe Nacional de la Juventud. Una vez hecho constar en el plan de servicio de la HJ que esta había de quedar libre el tiempo fijado para el culto religioso, se estableció que, en consideración a las funciones espirituales de las iglesias y las asociaciones religiosas, se concediera permiso a requerimiento de los interes ados, para concurrir a los oficios de culto extraordinarios, a saber: Ejercicios durante varios días, peregrinaciones, cursos misionarios, preparación para el examen religioso, instrucción de los catecúmenos, etc. Sin embargo, la asistencia a es tos actos sin la debida licencia sería castigada de acuerdo con las disposiciones disciplinarias de la HJ. Durante el tiempo de permanencia en un campamento no se concederían licencias, como tampoco cuando con el otorgamiento de las mismas quede obstaculizado el desenvolvimiento regular del servicio de la HJ, ni cuando las peticiones se hicieran en número excesivo.
Por otra disposición se regula la cuestión de la doble pertenencia de afiliados inscritos simultáneamente en la HJ y en alguna de las asociaciones religiosas, y se admiten excepciones en casos justificados para la conservación de la doble pertenencia a pesar de la prohibición fundamental.

Organización de la Juventud Nacionalsocialista

La Juventud se divide en tres grandes pilares: El "Jungvolk", Juventud Hitleriana (HJ) y la Asociación Femenina Alemana (BDM). Los Pibes comprenden, como ya se ha dicho, los muchachos de 10 a 14 años, la Juventud Hitleriana los de 14 a18 años de edad, y la Asociación Femenina, con una diferencia equivalente, comprende las muchachas de 10 a 14 y las jóvenes hasta los 21 años de edad. El movimiento se divide territorialmente en cinco regiones: Este, Norte, Sur, Centro y Oeste. Las regiones se subdividen en 4 a 5 comarcas; una comarca (100.000 jóvenes por término medio), se divide a su vez en 2 a 5 banderas superiores, las cuales se componen de sub-banderas, y estas a su vez de secciones. Las secciones, por último, se dividen en bandas y escuadras. La escuadra representa la unidad más pequeña de la Juventud (unos 15 afiliados).
Al frente de cada unidad se halla un jefe. La HJ cuenta con unos siete millones de asociados, siendo así la organización más grande del movimiento nacionalsocialista. Por esta razón, no es de extrañar que la HJ tenga necesidad de un gran número de jefes de ambos sexos. En las unidades inferiores existen todavía sin cubrir unas 290.000 plazas, y en las unidades medias unas 30.000 plazas. Así, 1.250 superiores carecen de jefes. Por la incorporación obligatoria al servicio militar o al servicio del Trabajo se produce todos los años un cambio sensible (un 20% aproximadamente) en el personal directivo de la Juventud.
La instrucción de este cuerpo de jefes se lleva a cabo en las escuelas regionales especiales, y en las tres escuelas nacionales creadas a este fin. Las muchachas se instruyen igualmente en escuelas provinciales propias, y en tres escuelas nacionales para jefes femeninos. La Juventud Hitleriana posee actualmente en total 79 institutos de esta clase, los que trabajan de acuerdo con un plan de enseñanza único, y están dirigidos por un cuerpo de maestros directamente inspeccionados por la dirección nacional de la Juventud, por mediación del Departamento de Educación e Instrucción Física. Las escuelas para jefes del Movimiento de la Juventud Nacionalsocialista están situadas casi sin excepción en comarcas de un paisaje extraordinariamente bello. La instalación de las mismas es homogénea en un principio. Son equipadas con el mismo excelente material de deporte, medios de enseñanza etc. Cada escuela dispone además de su correspondiente campo de deportes; la cultura física que se realiza sistemáticamente en las escuelas regionales par jefes, ha avanzado a un puesto preeminente en el plan de enseñanza. Las escuelas nacionales para jefes están orientadas con preferencia en el sentido de una educación teórica e ideológica. Los cursos en las escuelas duran generalmente tres semanas; sin embargo, a partir de un cierto grado, por ejemplo, del de jefe de bandera para arriba, sólo se nombra jefe al que haya pasado un curso preparatorio que consta de tres años, de los cuales es necesario haber cumplido los servicios prácticos durante dos años y durante un año la asistencia a distintas escuelas para jefes.Los miembros del cuerpo de jefes de la HJ deberán haber cumplido el servicio militar. Por medio de esta escala de selección se consigue la máxima garantía de la calidad tanto práctica como moral del jefe de la HJ.
Cualquiera que sea la situación y el rango que el jefe ocupe dentro de la organización, dispone del mando absoluto dentro de su esfera de responsabilidad. El principio nacionalsocialista de la responsabilidad absoluta del jefe frente a sus superiores y de su completa autoridad frente a sus subordinados, ha sido realizado en la juventud hitleriana. El jefe de la HJ dispone el plan de servicio de sus subordinados, dirige sus excursiones y campamentos, organiza las veladas en los Hogares de la Juventud, y tiene a su cargo los innumerables cuidados que corresponden a un joven alemán de nuestros tiempos.
En contraste con los usos en muchos otros países, Alemania ha desistido de instruir a su juventud en el manejo de las armas militares. La enseñanza del tiro al blanco que en proporciones adecuadas se lleva a cabo con fusiles de aire en las escuelas para jefes, sólo tiene una importancia deportiva. En cambio, la cultura física de los jóvenes hitlerianos representa una excelente y completa educación deportiva, cuya dirección se halla en manos del Jefe Nacional del Deporte, Von Tschammer und Osten.

Domicilio social, Campamento y Excursión merecen una explicación especial en el presente tema relativo al Movimiento de la Juventud Hitleriana.

El domicilio social es el punto de congregación de las unidades inferiores de la organización nacionalsocialista. Debido a él la juventud se aleja de las tabernas y cafés, y con ello del peligro que representa el alcohol y la nicotina para su salud. Un "Heim" puede ser lo más modesto posible. Dos viejos vagones de ferrocarril, uno junto a otro, con instalación interior dispuesta por los mismos jóvenes, son tan buen domicilio como pudiera serlo un chalet o quinta desocupada, que amigos benévolos hubieran puesto a disposición de los jóvenes. No obstante, Baldur Von Schirach en su acostumbrada proclamación de día de año nuevo en 1937 hizo destacar la necesidad de crear centros amplios y adecuados, como digna expresión de la importancia de nuestro tiempo. Por su parte, los ministros de la Propaganda, del Interior, de Ciencias, Educación e Instrucción Pública, hicieron un llamamiento en el que ponían de manifiesto que tales "Heims" significaban la alegría y felicidad de la generación joven alemana y constituían la base previa del compañerismo incondicional que se exige de la juventud. Los ministros requirieron a todas las organizaciones del Partido, del Reich, de los distritos y municipios de aportar una colaboración activa en la campaña para la creación de "Heime" para la Juventud Hitleriana. En estos Heime tiene costumbre de reunirse de reunirse todos los jóvenes, y cada uno de ellos puede estar seguro de que encontrará allí alguno que otro de sus amigos. El domicilio de reunión es destinado además con preferencia a la educación ideológica de la Juventud. Todos los miércoles por la noche tienen lugar veladas instructivas. Los jóvenes y las muchachas se reúnen en sus respectivos Heime regionales. El jefe de servicio toma en sus manos la carpeta destinada para estas sesiones y preparada por la dirección nacional de la Juventud. En la carpeta en cuestión están registradas las canciones que han de ser cantadas en común y se encuentran fotografías que, pasando de mano en mano, sirven como ilustración al tema tratado, y que es idéntico en todo el Reich para cada conferencia.
Enseguida se conectaban los altavoces, y todos los jóvenes escuchaban la emisión de la "Hora de la Nación Joven", que tenía lugar todos los miércoles a las 20.15 en punto y se transmitía por todas las estaciones difusoras de Alemania simultáneamente. El tema elegido era tratado por medio de una escena, un diálogo o una conferencia. De este modo eran educados en común millones de jóvenes. Aparte de esta transmisión general, tenían lugar otras de carácter complementario, por medio de los distintos grupos de emisoras, que se componían principalmente de lecciones de canto, trabajos manuales para los niños, informes de viaje etc.
Los Campamentos eran formados por tiendas de campaña. La permanencia y modo de vida en los mismos contribuía a restablecer el equilibrio de la salud en la juventud de las grandes ciudades, particularmente en la juventud obrera, que trabajaba en la industria . El tiempo de permanencia en un campamento era de distinta duración,- en general de 4 a 6 semanas. El día en el campamento transcurría en medio de juegos y deportes. Los jóvenes tienían allí la oportunidad de nadar, montar a caballo etc. Por la noche se organizaban en un pequeño espacio libre, situado en medio del campamento, grandes veladas amenizadas con corales. Muchos de los pequeñuelos vertían amargas lágrimas en la víspera de la clausura del campamento: un año entero habría de transcurrir hasta que puedan volver a disfrutar otra vez de tan hermosos momentos y ratos tan divertidos.
Mientras en el campamento el joven permanecía durante varias semanas en el mismo sitio, podía naturalmente, cuando iba de viaje, estar hoy allí y mañana en otro lugar muy lejano. En grupos pequeños o grandes, llevando la tienda de campaña y los utensilios de cocina a la espalda, marchaban los jóvenes a través de su país, permaneciendo un par de días en el lugar que más les agradaba. Estos grupos han hecho viajes hasta los más lejanos puntos del extranjero, y eran muchos los jóvenes hitlerianos que de ésta manera llegaron a conocer muchos países.
Una organización especial de la Juventud ofrecía al excursionista individual y sobre todo a la Juventud Hitleriana, durante las estaciones desapacibles del año, la posibilidad de obtener alojamiento y reposo. Nos referimos a la Asociación Nacional de Albergues para la Juventud, que ha servido de modelo a 19 Estados extranjeros para la asociación de sus propias asociaciones de albergues para la juventud. La Asociación de Albergues era, si se quiere, el sindicato hotelero más grande del mundo, con la sola diferencia de que no actuaba para el interés de un hotelero o de una compañía de accionistas, sino que persiguía una finalidad de interés común, a favor de la Juventud.
Una red de unos 2.000 albergues con 25.000 camas estaba distribuida por toda Alemania. En estos albergues el joven podía pernoctar por unos pocos centavos en un alojamiento aseado y disfrutar de una comida sencilla y buena. Muy a menudo estos albergues se encontraban en los más hermosos castillos medievales, en antiguos torreones de las Ciudades etc.; pero casi tan grande como las antiguas, fué el número de las nuevas construcciones, edificadas especialmente para este objeto con los medios propios de que disponía la Asociación General de Albergues Alemanes. Por su estilo arquitectónico y disposición interior y sobre todo por su instalación higiénica, pueden considerarse como modelo. Al frente de cada uno de los albergues estaba un matrimonio, comúnmente llamado padres del albergue, y ellos eran los responsables del mantenimiento del orden dentro del mismo. Los inspectores de la Asociación vigilaban el buen estado de los albergues y sus necesidades, con el objeto de ampliar la instalación allí donde ello se haga necesario.
Mediante un acuerdo con los demás países que disponían de una organización de albergues semejante, se creó la tarjeta de identidad internacional, que concedía a su titular el derecho de alojarse en todos los albergues de los países extranjeros respectivos, en las mismas condiciones que en su patria. Las asociaciones de albergues se han fusionado en una asociación internacional, cuya sede se hallaba en Holanda. Su presidente era un alemán.
En el año 1936 fueron hospedados 200.000 jóvenes extranjeros en los albergues alemanes. La Asociación alemana de albergues para la juventud era, tomando en consideración estas cifras, el hotelero más grande del mundo.
La acción social de la HJ tenía como finalidad aumentar la prestación y el aporte de los futuros ciudadanos. Esta colaboración encuentraba su expresión más genuina en los concursos profesionales que la jefatura de la HJ conjuntamente con el Frente alemán del Trabajo organizaba todos los años. El concurso se clausuraba con el acto de presentación al Führer y Canciller del Reich de los jóvenes vencedores.
La idea de organizar concursos profesionales no es completamente nueva. Desde la edad media se han venido celebrando, en muchos países y en las épocas más distintas, pequeños concursos gremiales. Sin embargo, hasta ese entonces, nunca habían asumido tan vastas proporciones, ni habían sido organizados y llevados a cabo en una escala tan amplia. Si se toma en cuenta que de entre unos 2 millones de jóvenes obreros, admitidos a los concursos profesionales, habían de seleccionarse las 20 mejores labores, ejecutadas técnicamente con el máximo de exactitud, y que en la realización de esta selección se ocupan miles de comisiones técnicas, podría formarse una idea del enorme aparato que se necesita para dar término a una obra de esta envergadura.
La importancia de los concursos profesionales, la educación de la juventud en el sentido de la máxima potencialidad técnica, y con ello del trabajo de calidad, estaba demostrada de manera patente. Estas ventajas, sin embargo, quedaban en segundo plano ante el enorme impulso moral y la fe de toda una juventud en el socialismo verdadero, es decir, en el sistema que prevalecía en Alemania. El valor de los concursos profesionales fué, por lo tanto, no sólo de índole técnica, sino también política. Lo mismo se puede decir respecto a la educación y al régimen de instrucción de la HJ. Lo que pretendía la jefatura de la HJ fué, amonestar a los jóvenes y muchachos, inculcándoles los principios fundamentales de la ideología nacionalsocialista, la noción de la raza y de la tierra, como bases vitales del pueblo. Esto se efectúa de la manera adaptada, lo mejor posible a las diferentes edades de los jóvenes. A los más pequeños se les explicaba los deberes que se exigen de ellos, por medios intuitivos y a menudo con descripciones históricas de personajes de otros tiempos; el joven hitleriano observaba la evolución histórica del pueblo alemán y de este modo aprendía a deducir las consecuencias para el presente. Del cúmulo de pequeños detalles obtienía así la historia de su pueblo.

Es de importancia señalar que una vez pasado el examen final (la escuela comprendía 6 clases y dura hasta el enrolamiento en el servicio militar) al alumno ingresado de las escuelas Adolf Hitler se le ofrecía la oportunidad de entrar al servicio del Estado o del Partido. De estas nuevas escuelas, dirigidas enteramente por el Partido, habrían de salir los jefes futuros del Reich. Allí se formaba la voluntad política del pueblo de mañana.
Un importante campo de actividad de la HJ lo constituía la obra del Servicio de ayuda agrícola. Su finalidad era la de despertar el amor por el campo en la juventud de las ciudades, y de forzar al mismo tiempo el aumento de la producción. En el año 1936 fueron distribuidos en el campo 6.608 jóvenes obreros en 642 grupos rurales. La denominación de "grupo rural" se aplicaba a un equipo del servicio que es destinado a un pueblo agrícola. Sus miembros eran distribuidos entre los labradores, pero el alojamiento se efectuaba en una sola casa común.
En el Servicio de Ayuda Agrícola crecía una juventud sana de cuerpo y de alma; el espíritu de compañerismo se unía con el severo deber del trabajo y constituía desde luego una de las más significativas comunidades de la juventud alemana.
El problema de la educación de la juventud debía ocupar con preferencia la atención de todas las naciones civilizadas. Es evidente que cada país había de proceder a la solución de este cometido de una manera distinta, de acuerdo con las características nacionales de su pueblo, pero no se debe olvidar que precisamente este medio fué, como ningún otro, el más apropiado para fomentar un intercambio pacífico de ideas entre los pueblos. Cuanto más fácil sea a los educadores de la juventud de las naciones civilizadas, llegar a una inteligencia sobre ciertos principios fundamentales de la educación, tanto mayor sería la probabilidad de que los jóvenes de todas las naciones no se eduquen en un espíritu de mutuo recelo, sino por el contrario, se sintiesen animados del mismo sentimiento de comprensión mutua y pudiesen , de este modo, colaborar a favor de la paz.
Convencido de ello, Baldur Von Schirach estableció como base de conducta para los jefes de la HJ, que se abstengan de toda actividad política en el extranjero, consagrando, en cambio, todos sus esfuerzos a la colaboración internacional por medio de una aproximación entre la juventud alemana y la de los otros países. Con este objeto, la juventud alemana iba todos los años de viaje al extranjero, para tener ocasión de conocer a otros países y pueblos extraños, sus costumbres y sus tradiciones, etc. Simultáneamente, la juventud de las otras naciones era invitada en escala cada vez mayor, a visitar Alemania y la Juventud Hitleriana. En los últimos años del Reich, más de 50.000 muchachos extranjeros tuvieron el agrado de visitar la HJ y apreciar su labor. Además, se introdujeron en las formaciones hitlerianas cursos para la enseñanza de idiomas extranjeros y ciencias topógrafo-etnológicas.
La nueva Alemania aportaba especial cuidado en lograr que de las filas de la Juventud surja una nueva generación física y espiritualmente más vigorosa que la juventud de la época de postguerra. Adolfo Hitler se interesaba personalmente en este problema. El hecho de que el Jefe Nacional de la Juventud se hallase directamente subordinado a su persona y, por otra parte, el movimiento juvenil quedase liberado de toda sujeción a la burocracia del Estado, lo demuestran bien elocuentemente. El Führer veía en la Juventud el porvenir de la Nación y en la continuación de su obra.
"Vendrá un día en que el pueblo alemán pondrá su mirada radiante de alegría y orgullo en su juventud; y todos nosotros podremos, con la máxima tranquilidad y la más absoluta confianza, llegar a nuestra vejez con el íntimo y feliz convencimiento, de que nuestra lucha no ha sido estéril. La juventud marcha detrás de nosotros, su espíritu es el nuestro, es nuestra su energía, nuestro su temple, es la representación de la nueva vida de nuestra raza" (Hitler, en la Asamblea del Partido, 1935).
Las comparaciones, como es sabido, resultan casi siempre defectuosas, y muy a menudo están fuera de lugar. Sin embargo, no dejaremos de aducir dos ejemplos, confrontando el movimiento de la Juventud alemana con los boy-scouts ingleses y los balilla italianos; estas últimas organizaciones con sus formaciones complementarias, resultan, tanto en la idea como en la forma, la solución más feliz de la cuestión juvenil en los indicados países. La HJ, aún cuando en su estructura difiere en puntos esenciales de las dos instituciones mencionadas, representaba para Alemania sin duda la forma más conveniente de asociación juvenil. Al igual que los boy-scouts y los balillas, la Juventud hitleriana encarnaba también el modo de ser nacional de su país.

Ojalá se pudiese aplicar esta doctrina en nuestro país. ¿Imaginan los resultados?


"Al avanzar nuestra bandera ondea, y símbolo ella es de nueva era!" suena el himno de la juventud hitleriana.

domingo, 1 de marzo de 2009

Y si Hitler Hubiera ganado la guerra?

Por León Degrelle

Esta es la gran incógnita:

Ello fue posible durante bastante tiempo. En noviembre de 1941, Hitler estuvo bien cerca de conquistar Moscú (alcanzó Los suburbios) y de bordear por entero el rió Volga, desde su nacimiento (a donde llegó), hasta su desembocadura (que estuvo a punto de conseguir).
Moscú no esperaba más que la aparición de los carros de combate del Reich en la plaza del Kremlin para rebelarse Stalin hubiese saltado. Hubiera sido su fin.
Lanzadas desde el aire algunas columnas alemanas de ocupación, emulando a las del almirante Koltchak en 1919, hubiesen atravesado como una flecha toda Siberia. Frente al Océano Pacífico, la cruz gamada hubiese ondeado en Vladivostok. a diez mil kilómetros del Rhin.

¿Cuáles hubiesen sido las reacciones en el mundo?

La Inglaterra de finales de 1941 podía lanzar la toalla de un momento a otro. Hubiese bastado que, en una tarde de whisky demasiado abundante, Churchill hubiera caído tocado por un ataque de apoplejía. Que este inveterado bebedor se conservara tanto tiempo en alcohol no deja de ser un verdadero caso clínico. Su médico personal publicó, tras su muerte, numerosos y divertidos detalles acerca de la resistencia báquica de su ilustre cliente.
Pero, incluso vivo, Churchill dependía del estado de ánimo de su público. El público inglés intentaba aún, en 1941, mantener el tipo. Pero estaba ya cansado. La conquista de Rusia por Hitler, liberando así a toda la Luftwaffe, hubiese terminado aplastándole.
En el fondo, esta guerra ¿a qué conducía? Y. en realidad ¿a qué ha conducido? Inglaterra la terminó arruinada, privada de la totalidad de su imperio y desplazada, en el ámbito mundial, al rango de nación de segundo orden, tras sus cinco años de strip-tease político.
Un Chamberlain, en la piel de Churchill, hubiese enarbolado, desde hacia tiempo, una bandera blanca en la punta de su paraguas histórico.
En cualquier caso, solo frente a una Alemania victoriosa—dominando un imperio sin igual en el mundo, extendiéndose a lo largo de diez mil kilómetros, desde las islas anglo-normandas del Mar del Norte hasta las islas Sakhaline, en el Pacífico— Inglaterra no hubiese sido más que una barquichuela azotada por un ciclón. No hubiera resistido mucho tiempo sobre las olas.
Churchill se hubiera cansado— y los ingleses antes que él— de echar cubos de agua fuera de un cascarón cada vez más invadido. ¿Refugiarse lejos? ¿En el Canadá? Churchill, con la botella a cuestas, quizá hubiera llegado a ser allá un magnifico trampero o un experto tabernero. ¿En África? ¿En la India? El Imperio británico estaba ya perdido. No podía ser el último trampolín de una resistencia que no tenia ya ningún sentido.
No se hubiese siquiera oído hablar más nunca de De Gaulle, convertido en aplicado profesor en Quebec, repasando su autor preferido Saint-Simon, manteniendo entre sus manos la madeja de lana de la laboriosa «Tia Ivonne».
La victoria inglesa fue en verdad el botellazo de un viejo cabezón funcionando basándose en alcohol, desesperadamente agarrado a un clavo ardiendo y para quien los dioses de la santa orden del sacacorchos fueron excesivamente indulgentes. Pero una vez la URSS en manos de Hitler, en el otoño de 1941, la resistencia inglesa se hubiese derrumbado, sin Churchill o con Churchill.
Por lo que respecta a los americanos, ellos no habían entrado aún en guerra por aquellas fechas.
El Japón les acechaba y se preparaba para el asalto.
Hitler, una vez dominada Europa, no se hubiera tenido que mezclar en los asuntos del Japón más de lo que este país se mezcló en la ofensiva alemana de 1941 sobre la URSS.
Los Estados Unidos, ocupados en Asia durante mucho tiempo, no hubiesen cargado con otra guerra en Europa, en aquellas circunstancias. El conflicto militar Estados Unidos-Hitler no hubiese tenido lugar, a despecho de los rencores belicistas del viejo Roosevelt, ya verde y cadavérico, enfundado en su capa de cochero de simón, y a pesar de las sugerencias dictatoriales de su esposa Eleonor, enseñando los dientes en su ardor guerrero, dientes salientes semejando la pala de un caterpillar.
Admitamos pues que, al terminar el otoño de 1941 (se quedó a un cuarto de hora), Hitler se hubiese instalado en el Kremlin, de la misma manera que se había instalado en Viena en 1937, en Praga en abril de 1939 y en el vagón del armisticio en Compiegne, en julio de 1940.

¿Qué hubiera pasado en Europa?

Hitler hubiera unificado Europa por la fuerza, sin duda alguna.
Todo lo que se hizo de importancia histórica en el mundo se hizo, siempre, por la fuerza.
Es lamentable; se dirá.
Seria en verdad más decente que el pueblo llano, las damas de la catequesis parroquial y las impávidas vestales del ejército de la Salud, nos reunieran democráticamente en tranquilas y apacibles comunidades territoriales, ambientadas con olor a chocolate, mimosa y agua bendita.
Pero la realidad es que nunca ocurre así.
Los Capeto no forjaron el reino de Francia a golpe de elecciones con sufragio universal. Aparte de alguna que otra provincia colocada en el tálamo real al mismo tiempo que la camisa de noche, por una joven esposa bien dotada, el resto del territorio francés se constituyó a golpes de arcabuces y ballestas. En el Norte, conquistado por Los ejércitos reales, sus habitantes se vieron expulsados de sus ciudades— Arras, sobre todo— como ratas huidizas. En el Sur, en la región albigense que resistió a Luis VIII, los cátaros, combatidos, derrotados y abatidos por los cruzados de la Corona, terminaron abrasados en sus castillos, especies de hornos crematorios de antes del hitierismo. Los protestantes de Coligny acabaron en las picas de la noche de San Bartolomé o balanceándose en Las horcas de Montfaucon. La revolución de los Marat y Fouquier-Tinville prefirió, para afirmar su autoridad, el reluciente acero de la gulliotina a las tertulias amigables con los electores, en la taberna de la esquina.
Napoleón ensartó con su bayoneta a cada una de las fronteras de su Imperio.
La España cristiana no invitó a los moros a españolizarse al ritmo de sus castañuelas. Los combatió tenazmente durante los ocho siglos que duró la Reconquista, hasta que el último de los abencerrajes, pegando los talones al trasero, alcanzó las palmeras y cocoteros de las costas africanas.
Tampoco pensaron los mores unificar amablemente el Sur español sino clavando a los resistentes en las puertas de las ciudades, como Córdoba, entre un perro y un cerdo crucificados a ambos lados.En el siglo pasado, Bismarck forjó con cañones la unidad alemana, en Sadowa y en Sedan. Garibaldi no unió las tierras italianas con el rosario en la mano, sino tomando al asalto la Roma pontifical.
Los Estados Unidos de América no llegaron a ser Unidos hasta la exterminación de sus antiguos propietarios y moradores, Los pieles rojas, y sólo después de cuatro años de matanzas bien poco democráticas, a todo lo largo de la Guerra de Secesión. Y aún ahora, veinte millones de negros vegetan en aquel país bajo la férula de los blancos que, en el siglo pasado, continuaban marcando con hierros al rojo vivo a sus padres, como lo hacían con sus reses. Solo los suizos lograron constituir, más o menos pacíficamente, su pequeño estado de relojeros, lecheros y banqueros. Pero, aparte la celebridad de la manzana de Guillermo Tell, sus dignos cantones nunca brillaron, exageradamente en la historia política universal.
Los grandes imperios, Los grandes estados, se forjaron todos por la fuerza.

¿Que es lamentable?

Seguramente, pero es un hecho incontestable.
Hitler, acampando en una Europa poco dócil, no hubiese hecho más ni menos que César conquistando las Galias, que Luis XIV apoderándose del Rosellón, que los ingleses tomando Irlanda, acosando y persiguiendo a sus habitantes, que los americanos disparando los cañones de sus cruceros contra Filipinas, Puerto Rico, Cuba, Panamá y trasladando, a golpe de cohetes, sus fronteras militares hasta el paralelo 37, sobre Vietnam.
La democracia, es decir el consentimiento electoral de los pueblos, no viene sino después, cuando todo termina. Las masas no observan el universo más que a través de las pequeñas ventanas de sus preocupaciones personales. Nunca un bretón, un flamenco, un catalán del Rosellón hubiesen, por si mismos, actuado para integrarse en una unidad francesa. El badense sólo pretendía seguir siendo de Baden, el gantés, de Gantes. El padre de uno de mis amigos de Hamburgo, prefirió emigrar a los Estados Unidos, después de 1870, antes que verse integrado en el Imperio de Guillermo I.
Son las elites las que hacen el mundo.Y son los fuertes, no los débiles, los que empujan a los demás hacia adelante.
En 1941, o en 1942, incluso si la victoria de Hitler en Europa hubiese sido total, irreversible, incluso, si, como decía el ministro socialista belga Spaak, Alemania hubiese sido dueña de Europa por mil años, los descontentos hubiesen proliferado por millones. Cada uno de ellos se hubiese aferrado a sus costumbres, a su patria chica, superior, por supuesto, a todas las demás regiones. Siendo yo estudiante, no dejaba de escuchar con asombro a mis camaradas de Charleroi, que cantaban sin cesar, entre trago y trago de cerveza, la belleza de su comarca. Y sin embargo, se trata de una de las más feas zonas del mundo, con sus enormes colmenas para los mineros, negras como las entrañas de sus minas. Pero no por ello dejaba de entusiasmar a sus enamorados naturales. Todos se afearan a sus pueblos, a sus provincias, a sus reinos, a sus repúblicas. Pero este complejo europeo de lo pequeño y lo mezquino podía evolucionar, estaba a punto de cambiar. Una acelerada evolución resultaba cada vez más realizable. Se dieron en el curso de la historia numerosas pruebas de la posibilidad de unir a los europeos, por muy distintos que parecieran entre si. los cien mil protestantes franceses que se vieron obligados a abandonar su país tras la revocación del edicto de Nantes, en el siglo XVII, se acomodaron maravillosamente a los prusianos que les hospedaron. En el transcurso de nuestros combates de febrero y marzo de 1945, en las ciudades alemanas del este y del oeste del Oder, vimos por todas partes, sobre las placas que llevaban los carros de los campesinos, admirables nombres franceses que recordaban las regiones de Anjou y de Aquitania. En el frente, abundaban los Von Dieu le Vent, los Von Mezieres, los de la Chevalerie.
Por el contrario, cientos de miles de colonos alemanes se esparcieron, en el transcurso de siglos, a través de los países bálticos, en Hungría, Rumania e incluso— en número de ciento cincuenta mil— a lo largo del gran rió ruso, el Volga. Los flamencos, que se instalaron en gran número en el Norte de Francia, dieron a ésta sus más tenaces elites industriales. Las ventajas que proporcionaron estas cohabitaciones fueron también sensibles en el área latina.
Los españoles de izquierda, que no tuvieron más remedio que refugiarse en Francia tras su derrota en 1939, se confundieron, en sólo una generación, con los franceses que les admitieron: una María Casares, hija de un primer ministro del Frente Popular, ha llegado a ser una de las más admiradas artistas del teatro francés. Los cientos de miles de italianos instalados en Francia, impulsados por la necesidad, también llegaron a confundirse, en el transcurso del pasado siglo, con los naturales del país y ello con una facilidad asombrosa. A tal punto que uno de los más grandes escritores de Francia de aquella época fue un originario de Venecia: Zola. En nuestra época, los escritores franceses, hijos de italianos forman legión, Giono a la cabeza.
El imperio napoleonico también ensambló a los europeos sin importarle demasiado su opinión. Lo que no impidió que sus elites se compenetraran con una extraordinaria rapidez: el alemán Goethe llegó a ser caballero de la Legión de Honor; el príncipe polaco Poniatowski alcanzó el grado de mariscal de Francia; Goya abasteció al Museo del Louvre de maestros españoles; Napoleón se proclamaba, en sus monedas, Rex Italicus.
Los eternos descontentos, esparcidos en diez países diferentes de Europa, se hubiesen acercado los unos a los otros y, finalmente, hubiesen fraternizado, exactamente como lo hicimos nosotros en las filas de Las Waffen S. S., en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.
Pero cada vez que esto ocurrió, fueron el exilio o la guerra, o la necesidad de ganar el pan de cada día. o la voluntad de hierro de un hombre fuerte, el que lo provocó.
Normalmente, Los pueblos de Europa quedaron siempre en el pequeño redil de sus fronteras. No las traspasaron — siempre con éxito— más que cuando fueron empujados fuera de ellas.
Estas fecundas experiencias, escalonadas en el tiempo, de los más diversos europeos uniéndose, tanto de Prusia como de Aquitania, de Flandes como de Andalucía o Sicilia, podían perfectamente repetirse y ampliarse. Ganada o perdida, la Segunda Guerra Mundial iba a proporcionar la arrancada inicial. Había obligado a todos los europeos y sobre todo a los que parecían más irreductibles adversarios, franceses y alemanes, a conocerse más de cerca y ello, les gustara o no, se detestaran o no, de grado o por fuerza. Esos cuatro años de enfrentamiento no resultarían del todo vanos. Ninguno iba a olvidar la cara del contrario. Los males momentos se olvidarían. Sólo se recordaría lo que de verdad contaba. La confrontación de los pueblos europeos se había realizado.
Durante los veinticinco años que siguieron a este enfrentamiento de 1940, otros contactos tuvieron lugar, y a la cadencia y velocidad propias de nuestra época. Decenas de millones de europeos han viajado cada año. Ya no es el extranjero un ser que se mira con recelo u odio, con desprecio o burla. Se convive con él. El Bresson ya no ve únicamente el universo a través de sus quesos azules y sus pollos anillados. El normando fue más allá de su fábrica de sidra y el belga de su jarra de cerveza. Millares de suecos y alemanes viven en, la Costa del Sol malagueña.
El francés Michelin, a pesar de todo, se asocio con el italiano Agnelli y el alemán Gunther Sachs pudo casarse con una actriz <> y... divorciarse, sin que para ello la República Francesa se derrumbara. Hasta el general De Gaulle encontró interesante descubrir a los franceses que llevan en las venas sangre alemana, gracias a un tío abuelo devorador de chucrut, ¡nacido en la región en que se hicieron más populares los nazis!
Ahora, los jóvenes, frecuentemente, carecen incluso de sentido de la patria. Se sienten desnacionalizados. Se han creado su mundo, un mundo de audaces y extravagantes ideas, de trepidantes canciones, de largos y abundantes cabellos, de raídos pantalones, de llamativas camisas, de chicas abiertas con largueza a la confusión de las nacionalidades. El pequeño gallo francés de 1914 y la imponente águila alemana planeando sobre la ciudad dejaron de emitir sus quiquiriquis y gruñidos. Sus plumas, sus picos, sus continuas riñas, representan ya para la nueva generación piezas prehistóricas.
Este acercamiento europeo, incluso mundial, que sumergió, en un cuarto de siglo, siglos de historia, se ha operado sin ningún estimulante político, sólo a base de que los turistas circulen por millones de un país a otro, de que cada uno vea en el cine o en la televisión otros paisajes y horizontes. Las costumbres se han entremezclado tan naturalmente que semejan ya un verdadero cocktail en el que entran a formar parte los más variados ingredientes.
Bajo Hitler, ciertamente, el proceso de unificación se hubiese desarrollado más rápidamente aún, y sobre todo menos anárquicamente.
Una grande y común construcción política hubiera orientado y concentrado todas las tendencias.
En principio, millones de jóvenes, tanto alemanes como no alemanes, que habían luchado juntos desde el Vistula polaco al Volga rusa, se habían convertido, a base de esfuerzos y sufrimientos en común, en camaradas para toda la vida. Se conocían. Se estimaban. Las ridículas rivalidades europeas de antaño, manías de burgueses empedernidos, nos parecían irrisorias. Al llegar 1945, nosotros constituíamos un verdadero núcleo de un millón de combatientes S. S., unidos para siempre.
Europa, masa amorfa, nunca había contado con él. Ahora ya existía. Y en su existencia estaba el futuro.A la juventud se le iba a ofrecer un mundo nuevo, una Europa surgida del genios y de las armas.
Los millones de jóvenes europeos que sólo fueron testigos de la guerra, mientras consumían las conservas de papa y realizaban ensayos de mercado negro, iban a despertar a la misma tentación. en lugar de vegetar en Caudebecen-Caux o en Wuustwezel, dedicados durante cincuenta años a los arenques ahumados o las manzanas maduras, hubiesen dirigido toda su atención a las tierras sin fin del Este, que a todos se les ofrecían, tanto a los de la Frisia, como a los de Burdeos, a los de Baviera como a los de los Abruzos. Allí podrían todos forjarse una verdadera vida, de hombres, de creadores, de jefes.
Toda Europa hubiese sido traspasada por esta inmensa corriente de energía y dinamismo.
El ideal que había empapado, en tan pocos años, a toda la juventud del Tercer Reich, porque significaba la audacia, la entrega, el honor, la proyección hacia lo verdaderamente grande y hermoso, hubiese calado en lo más hondo de los demás jóvenes de Europa. ¡Ya no mas vidas mediocres! ¡Nada de horizontes obscuros y angostos! ¡Al diablo con la vida vulgar aferrada a la misma región, al mismo tajo, a la misma vivienda de siempre, a los mismos prejuicios de los padres y abuelos, inmovilizados en lo pequeño, en lo añejo y mohoso.
Un mundo vibrante empujaría a los jóvenes europeos através de miles de kilómetros sin fronteras en donde airear Los pulmones plenamente, descubrir nuevas y escondidas riquezas, conquistarlo todo con fe y alegría. Incluso los viejos hubiesen seguido, al fin y al cabo detrás de su dinero.En lugar de perderse en desabridos conciliábulos, en discusiones sin limite, en paradas de relojes bloqueados para prolongar los debates, la voluntad de hierro de un Jefe, las decisiones de equipos responsables y homogéneos que aquél organizaría para acometer adecuadamente su obra, hubiesen creado, en veinte años, una Europa real en vez de un congreso vacilante, compuesto por comparsas carcomidas por la desconfianza y las reserves mentales, una gran unidad político, social y económica sin círculos cerrados y sin individualísimos egoístamente nacionales.
¡Había que oír a Hitler exponer, en su barracón de madera, sus grandes proyectos para el futuro! Canales gigantescos unirían a todos los grandes ríos europeos, abiertos a los barcos de todos, del Sena al Volga, del Vistula al Danubio. Trenes de cuatro metros de ancho y de dos pisos, en el primero, las mercancías, en el segundo, los viajeros —rodando sobre vías elevadas, franquearían cómodamente los inmensos territorios del Este en donde los soldados de ayer hubiesen creado las explotaciones agrícolas y las industrias más modernas y pujantes que imaginarse pueda, destinadas a 500 millones de clientes europeos.

¿Qué representan?

Por fin, Las escasas concentraciones, interminablemente discutidas, renqueantes sobre soportes artificiales , intentadas bajo la égida del actual Mercado Común, al lado de los grandes conjuntos que una autoridad real hubiese podido llegar a constituir, o a imponer si ello hubiera sido necesario? Las buenas económicas europeas de entonces, disparatadas, contradictorias, hostiles entre si, agotándose en un interminable doble juego, egoístas y anárquicas, hubiesen sido impulsadas por el puño de hierro de un jefe a cumplir las leyes de una coproducción inteligente y de un interés común.
Durante veinte años hubiese el público gruñido, refunfuñado. Pero, al cabo de una generación, se hubiese llevado a cabo la unidad. Europa hubiese constituido para siempre la más potente unidad económica del orbe, y el más imponente hogar de inteligencia creadora de la historia. Las masas europeas hubiesen podido entonces respirar. Una vez ganada esta batalla de la unidad, se hubiese suavizado la disciplina.

¿Hubiese devorado Alemania a Europa?

El peligro existía. ¿Por qué no decirlo? El mismo peligro había existido anteriormente. La francia de Napoleón hubiese podido devorar Europa. Personalmente, no lo creo. Los diversos genios europeos, ya bajo el Emperador, se hubiesen compensado. La misma ambición de dominación esperaba, incontestablemente, a la Europa hitleriana. Los alemanes tienen reputación de comer mucho...Algunos consideraban a Europa como un plato propio. Eran capaces de tragarse todo y esperaban, tensos, la ocasión.
¡Por supuesto que si!
Y nosotros nos dábamos cuenta de ello. lo temíamos. De lo contrario hubiésemos sido unos memos o, por lo menos, unos ingenuos, lo que, en político, viene a ser lo mismo. Adoptamos nuestras precauciones, tomando, lo más firmemente posible, posiciones de control o de prestigio con las que poder defendernos y capear lo mejor posible el temporal.
Ello tenia sus riesgos, es cierto. Negarlo seria imbécil. Pero también existían motivos de confianza que eran bastante convincentes.En primer lugar, Hitler era un hombre acostumbrado a ver lejos y al que el exclusivismo alemán no le ahogaba. Había sido austriaco, después alemán, luego germánico. A partir de 1941 ya había superado todas estas etapas: era europeo. El genio sobrevuela fronteras Y razas; Napoleón, por su parte, no había sido al principio mas que corso y corso antifrancés. Al final, en Santa Elena, hablaba del <>. como de un pueblo querido, pero no el suyo exclusivo. ¿Qué quiere el genio? Superarse continuamente. Mientras más considerable es la masa a moldear, más en su elemento está.
Europa, para Hitler, era una construcción de talla digna de el. Alemania no era más que un inmueble importante que él había edificado y que ahora observaba con complacencia. Pero él iba más lejos. Por su parte no existía ningún peligro real con la alemanización de Europa. Esta alemanización se encontraba en el extremo opuesto de todo lo que su ambición, su orgullo, su genio, vislumbraban y le dictaban.

¿Que había otros alemanes?

Si, pero también había otros europeos. Y estos otros europeos poseían cualidades propias, excepcionales, indispensables a los alemanes, sin las que su Europa no hubiese sido más que un pasado pan mal amasado. Me refiero, fundamentalmente, al genio francés. Nunca hubiesen podido los alemanes, para dar vida a Europa arreglarse sin el genio francés, aunque no hubiesen querido recurrir al mismo y aunque, como era el caso de algunos, lo despreciaran.
Nada era posible y nada será nunca posible en Europa sin la finura y la gracia francesas, sin la vivacidad y la claridad del espíritu francés. El pueblo francés tiene una rápida inteligencia. Con ella capta, asimila, traspone, transfigura. El gusto francés es perfecto. Jamás se volverá a realizar una segunda Cúpula de los Inválidos. Nunca existirá otro río tan encantador como el Loira. Jamás habrá una elegancia, un encanto, un placer de vivir como en París.
La Europa de Hitler hubiese sido amazacotada al principio. Al lado de un Goering, señor del Renacimiento, que posea el sentido de lo fastuoso y de lo artístico, y de un Goebbels, inteligente y vivo como una ardilla, muchos jefes hitierianos eran burdos, vulgares como arrieros, sin gusto, repartiendo su doctrina, sus ideas, sus órdenes, como la carne picada o sacos de abonos orgánicos. Pero, precisamente por esta pesadez, el genio francés le hubiese sido indispensable a esta nueva Europa. Hubiese hecho maravillas en su seno. En diez años lo hubiese marcado todo
El genio italiano también hubiese hecho contrapeso a la potencia demasiado tosca de los germanos. Con frecuencia se ha hecho burla de los italianos. Se ha visto, sin embargo, después de la guerra, de qué eran capaces. Tan fácilmente como lo vienen haciendo en el seno del Mercado Común, ellos hubiesen invadido a la Europa hitleriana con su moda elegante, sus impecables zapatos, sus rápidos y ligeros coches.
Igualmente hubiese intervenido el genio ruso, y de una manera considerable, estoy seguro, en el refinamiento de una Europa demasiado alemana en donde doscientos millones de eslavos del Este iban a ser integrados. Cuatro años viviendo mezclados al pueblo ruso, hicieron que los combatientes antisoviéticos lo estimaran; admiraran y amaran.
La desgracia reside en que, desde hace medio siglo, las virtudes de esos doscientos millones de brava gente se encuentran ahogadas— y peligran de estarlo aún bastante tiempo— bajo la enorme losa de plomo del régimen soviético.
Este pueblo es tranquillo, sensible, inteligente y artista y posee al mismo tiempo el don de las matemáticas, lo que no resulta contradictorio: la ley de los números es la base de todas las artes.
Por otra parte, era mil veces menos nacionalista que los otros pueblos de Europa, hinchados ruidosamente por siglos de luchas fanáticas y fratricidas. Al penetrar en Rusia, los alemanes, que habían estado sometidos a un adoctrinamiento nazi demasiado primitivo, imaginaban que los únicos seres realmente de valor del universo eran los de raza aria y que, obligatoriamente, debían ser gigantes, bien constituidos, más rubios que el té y los ojos azules como el cielo andaluz.
Resultaba todo esto bastante cómico, puesto que Hitler no era grande y tenia el cabello castaño, aunque si unos atrayentes ojos azules. A Himmler le ocurría lo mismo. Goebbels tenia una pierna más corta que otra, era bajo y de tez morena. Zeep Dietrich tenia el aspecto de un encargado de bar marsellés. Borman era encorvado como un campeón ciclista retirado. ¡Aparte algunos gigantes, que servían el aperitivo en la terraza de Berchtesgaden, los superhombres de pelo oxigenado y ojos azulados no abundaban, como se ve, al lado de Hitler!
Puede imaginarse la sorpresa de los alemanes, atravesando. Prusia y no encontrando más que rubios de ojos azules, tipos exactos de estos arios perfectos a los que se les había obligado a admirar en exclusiva. ¡Rubios! ¡Y rubias! ¡Y qué rubias! Grandes campesinas, espléndidas, fuertes, de ojos celestes, más naturales y sanas que las que habla podido reunir la Hitlerjugend.
¡No podía imaginarse siquiera raza más típicamente adaptada a los sacrosantos cánones del hitlerismo!
En seis meses se hizo rusófilo todo el ejército alemán.
Se fraternizaba con los campesinos por todas partes. ¡Y con las campesinas! Como ocurrió con Napoleón, Europa se formaba también en los brazos de las europeas y, en este caso, de estas bellas jóvenes rusas, hechas para el amor y la fecundidad y a las que se vio, durante la retirada, seguir frenéticamente, entre el fragor de los más terribles combates, a los Eric, los Walter, los Karl, los Wolfgang que les habían enseñado, en los momentos de descanso, el placer de amar y su encanto, aunque ello viniera del Oeste.
Algunos profesores nazis profesaban teorías violentamente antieslavas. Pero éstas no hubiesen resistido más de diez años de compenetración ruso-germánica. Los rusos de ambos sexos hubiesen conocido al alemán rápidamente. Ya empezaban a conocerlo bien. Encontrábamos manuales alemanes en todas las escuelas. El lazo del idioma se hubiese desarrollado en Rusia más rápidamente que en cualquier otro lugar de Europa.
El alemán posee admirables cualidades de técnico y de organizador. Pero el ruso, soñador, es más imaginativo y más vivo de espíritu. Uno hubiese completado al otro. Los lazos de sangre hubiesen hecho el resto. Los jóvenes alemanes, a pesar de lo que hubiese querido hacer en contra la propaganda, hubiesen desposado a cientos de miles de jóvenes rusas. Les gustaban. La creación de la Europa del Este se hubiese completado de la forma más agradable. La conjunción germano-rusa hubiese hecho maravillas.
Si, el problema era gigantesco: soldar quinientos millones de europeos que no tenían, al principio, ningún deseo de coordinar su trabajo, de acoplar sus esfuerzos, de armonizar sus caracteres, sus particulares caracteres. Pero Hitler llevaba en si mismo el genio y el poder suficientes para imponer y realizar esta obra gigante en la que hubiesen fracasado cientos de políticos mediocres y vulgares. Millones de soldados hubiesen estado allí para secundar su acción de paz, soldados llegados de toda Europa, los de la División Azul y los de los países bálticos, los de la División Flandes y los de los Balcanes, los de la División francesa Carlomagno y sus cientos de miles de camaradas de treinta y ocho divisiones de las Waffen S. S.
Sobre la península reducida que subsistió en el Oeste de Europa, después del naufragio del Tercer Reich, se han edificado, al fin y al cabo, los cimientos, mal afirmados, poco estables, de un Mercado Común muy híbrido, foco de rivalidades. Bien. Pero una verdadera Europa, animada por un ideal heroico y revolucionario, construida a lo grande, hubiese tenido sin embargo otro aspecto bien distinto. La vida de la juventud de toda Europa hubiese tomado otros derroteros y sentidos que los de los beatniks errantes y protestatarios, justamente rebelados contra unos regímenes democráticos que fueron incapaces de darles, después de 1945, unos objetivos que pudieran entusiasmarles y que, por el contrario, les hastiaron durante los años de la postguerra.
Tras diversos tira y afloja, Los distintos pueblos europeos se hubiesen sorprendido de ver que se completaban mutuamente tan bien. Los plebiscitos populares hubiesen confirmado, vivos nosotros aún, que la Europa de la fuerza se habla convertido, desde los Pirineos al Ural, en la Europa libre, la comunidad de quinientos millones de europeos aquiescentes.
Es una pena que Napoleón, en el siglo XIX, fracasara. La Europa, fundida en el crisol de su epopeya, nos hubiese ahorrado muchos males y, sobre todo, las dos guerras mundiales. Hubiese tomado a tiempo, en sus hábiles manos, la gran máquina del universo, en lugar de dejar que cada uno de nuestros países se agotara, lejos del continente, en absurdas rivalidades colonialistas, a menudo abyectas y odiosas y que, a la largo, se revelaron como poco remunerativas.
Igualmente resulta lastimoso que en el siglo XX fracasara Hitler a su vez. El comunismo hubiese sido barrido del mapa. Los Estados Unidos no hubiesen plegado el universo a la dictadura de las conservas. Y después de veinte siglos de simples balbuceos y esfuerzos baldíos, Los hijos de quinientos millones de europeos, unidos quizá a pesar de ellos al principio, hubiesen gozado por fin de la unidad político, social, económica e intelectual más poderosa del planeta.

¿Hubiese sido una Europa de campos de concentración ?

¡Ya se ha utilizado demasiado este estribillo! ¡Como si no hubiese habido otra cosa en aquella Europa en construcción! ¡Como si, tras la caída de Hitler, no hubiesen continuado los hombres con su propio exterminio en Asia, en América, incluso en Europa, en las calles de Praga o de Budapest!
¡Como si las invasiones, Las violaciones de territorios, los abusos de poder, los complots, los raptos políticos no hubiesen florecido más que nunca, en Vietnam, en Santo Domingo, en Venezuela, en la Bahía de los Cochinos de Cuba, en Argelia, en Indochina, en Biafra, y hasta en el mismísimo París, a propósito del asunto Ben Barka, ya olvidado!
Otro ejemplo lo constituye también lo ocurrido en el Próximo Oriente. ¡Por qué no decirlo! No es Hitler precisamente, sino el israelita Dayan el que montó sin más aviso sus operaciones relámpago, el que lanzó sus carros de combate hasta el canal de Suez y ocupó a !a fuerza territorios de los árabes tres veces mayores que los suyos, Los guardó a pesar de todas las conferencias de la ONU, y encerró los pueblos ocupados en miserables campos de concentración.
Hay que estar— ¡si!— contra la violencia, pero contra todas las violencias. No solamente contra las violencias de Hitler, sino también contra las violencias del primer ministro francés Mollet, cuando lanzó millares. de paracaidistas sobre el canal de Suez en 1956, con tanta premeditación como alevosía; contra las violencias galas en Argelia, donde miles de .crímenes de guerra. se perpetraron con el beneplácito de los sucesivos gobiernos franceses; contra las violencias de los americanos machacando, a quince mil kilómetros de Massachussetts o de Florida, a los vietnamitas, exterminando atrozmente a multitud de mujeres y de niños indefensos; contra las violencias de los ingleses atiborrando de armas a los nigerianos para recuperar los pozos de petróleo supercapitalistas gracias a un millón de cadáveres biafreños, entre los cuales centenares de millares de chiquillos muertos de hambre, verdadero e implacable genocidio; contra las violencias de los soviets, que aplastaron bajo sus carros de combate a húngaros y checos que se resistían a su tiranía; y contra las violencias repetidas de Israel, conquistando, aplastando, multiplicando raptos y represalias.
Idénticos reparos respecto a los crímenes de guerra.
Se arrastró a los vencidos a Nuremberg, se les encerró en celdas como a monos, se prohibió a sus defensores hacer uso de los documentos que hubieran podido molestar o comprometer a los acusadores, fundamentalmente los que hacían referencia a las matanzas, en Katyn, de quince mil oficiales polacos, ¡sólo porque los representantes de Stalin—el supremo asesino del siglo— formaban parte del Tribunal de Crímenes de Guerra de Nuremberg, en cuyo banquillo tenia que haberse sentado el propio jefe de la URSS.
Si se pretende recurrir a tal procedimiento, que valga para todos los criminales, no sólo para los criminales alemanes, sino también para los criminales ingleses que masacraron a doscientos mil inocentes en el bombardeo monstruoso de Dresde, a los criminales franceses que, sin juicio alguno, fusilaron en su territorio en el otoño de 1944 a prisioneros alemanes sin defensa, a los criminales americanos que trituraron los órganos sexuales de los prisioneros S. S. de Malmédy, en 1945, y experimentaron sin necesidad militar sobre un Japón vencido, que ofrecía desde hacia tres meses la capitulación, la madre monstruosa de todo el chantaje mortal de ahora, la bomba atómica de Hiroshima.
Este procedimiento debería valer igualmente para los criminales soviéticos que clausuraron la Segunda Guerra Mundial con horribles e innumerables crueldades llevadas a cabo metódicamente en la Alemania del Este y que hacinaron a millones de personas en sus inmensos campos de concentración instalados en el Mar Blanco y en Siberia.
Y sin embargo estos campos no se cerraron después de la Segunda Guerra Mundial como los supuestos del Tercer Reich, con los que, veinticinco años después de la liquidación, nos siguen martilleando los oídos. Estos campos soviéticos siguen existiendo hoy día. siguen funcionando en la actualidad. A ellos se siguen enviando miles de seres humanos que tuvieron la desgracia de caer mal a los señores Brejnev, Kossyguine y demás inocentes corderos democráticos..
Sobre estos campus, en plena actividad, en donde los soviets encierran incansablemente a todos los que se oponen a su dictadura, nadie osa pronunciar una solo palabra de protesta sincera entre los chillones de la .democracia..
Ninguno de éstos se irrita siquiera, ni pide sanciones internacionales.
Lo mismo ocurre frente a las desobediencias de Israel a las decisiones clarísimas y repetidas de la ONU. ¿Qué pasa entonces? ¿Dónde está la preocupación para la verdad y la equidad? ¿Dónde está la buena fe? ¿Dónde la farsa?
¿Quién es más repugnante? ¿El que mata o el que representa la comedia de la virtud y se calla?
Viendo la impunidad total de que gozan los criminales de paz y de guerra, sólo porque no son alemanes, todos los malhechores de la posguerra se han aprovechado, torturando hasta la muerte a un Lumumba, eliminando un Tshombe en Argelia, acribillando con metralletas a un Ché Guevara en Bolivia; asesinando, revólver en mano, ante la prensa, a los prisioneros, en pleno Sailgón; absorbiendo territorios ajenos en todas las fronteras de Israel; organizando, con las más poderosas complicidades, en Texas como en California, la carnicería pública de los Kennedy porque molestaban a los reales tenedores del poder —Pentágono y alta finanza— abrigados con la manta <> de Los Estados Unidos.
¡Todos los criminales políticos al banquillo! ¡Cualesquiera que sean y donde quiera que estén!.
De lo contrario, tantas virtuosas protestas de censores indignados cuando se trata de Hitler y mudos cuando ya no se trata de él, no constituyen más que abyectas comedias, tendentes a convertir el espíritu de justicia en espíritu de venganza y la critica de la violencia en la más tortuosa de las hipocresías.
¡Paz a los muertos que cayeron bajo Hitler! Pero el tam-tam. infernal repetido incansablemente sobre sus tumbas por los falsos puritanos de la democracia termina por resultar indecente. Hace más de veinte años que se reitera, a través del mundo, este escandaloso chantaje, escandaloso porque se perpetra con tanto partidismo como cinismo. El sentido único está bien para las calles estrechas. Pero no resulta adecuado para la Historia. Esta no consiente que se la convierta en un callejón sin salida, en donde esperan al acecho los provocadores de odio eterno, los sepulcros blanqueados, los falsificadores y los impostores.
El balance es el balance.
A pesar de la derrota en Rusia, a pesar de que Hitler terminara abrasado, a pesar de que Mussolini fuera colgado, <> habrán sido— junto con la instauración y la consolidación de los soviets en Rusia— el gran acontecimiento del siglo.
Algunas de las preocupaciones del Hitler de 1930 se han esfumado.
La nación del espacio vital ha sido superada. La prueba está en la Alemania del Oeste, reducida a la tercera parte del territorio del Tercer Reich, y que es hoy día más rica y poderosa que el Estado hitleriano de 1939. Los transportes internacionales y los marítimos a bajo precio han cambiado todo. Sobre una roca pelada, pero bien situada, se puede hay instalar la más potente industria del mundo, como se ha visto en el Japón.El campesinado, extraordinariamente favorecido por los .fascismos., pasó en todas partes a un segundo plano. Una finca inteligentemente industrializada reporta más, en los momentos presentes, que cien explotaciones sin racionalizar y sin disponer del material moderno adecuado. Antaño mayoría, los campesinos no constituyen hoy sino una minoría, cada vez más reducida. El pastoreo y el cultivo, dejaron de ser los pechos de los pueblos, sobrealimentados o no disponiendo de dinero para alimentarse.
Incluso las doctrinas sociales que no tenían en cuenta más que el capital anónimo y el trabajo individual, están superadas.
Un tercer elemento interviene cada vez más: la materia gris. La Economía dejó de ser un matrimonio de dos para pasar a serlo de tres. Un gramo de inteligencia creadora tiene más importancia, frecuentemente, que un tren cargado de carbón o de pirita. El cerebro ha llegado a convertirse en la materia prima por excelencia. Un laboratorio de investigaciones científicas puede valer más que una cadena de montaje. Antes que el capitalista y que el trabajador, el investigador. Sin él, sin sus equipos altamente especializados, sin sus computadoras y sin sus estadísticas, el capital y el trabajo son simples cuerpos muertos. Hasta los mismos Krupp y los Rotschild han debido ceder el puesto a cabezas mejor dotadas.
La evolución de estos problemas, ya evidentes en 1940, no colgio por sorpresa a Hitler.
El leía todo, estaba al corriente de todo. Sus laboratorios atómicos fueron los primeros del mundo. Lo propio del genio es superarse siempre. Hitler, hogar imaginativo en continua combustión, hubiese previsto el acontecimiento y el cambio.
Había, ante todo, formado hombres.
Alemania, Italia también, a pesar de ser los vencidos, los aplastados (el Tercer Reich no era, en 1945, más que un fabuloso montón de ladrillos y cascotes) no tardaron mucho en situarse a la cabeza de Europa. ¿Por qué? Porque la gran escuela del hitlerismo y del fascismo, había creado <> Había formado a miles de jóvenes jefes, había impregnado de personalidad a miles de seres les había revelado , en circunstancias excepcionales , sus dotes de organización y de mando que la rutina idiota, semiburguesa, de los tiempos precedentes no les habría permitido nunca poner en juego.
El milagro alemán de después de 1945 para eso: una generación, triturada materialmente, había sido preparada insuperablemente para el papel de dirigentes por una doctrine basada en la autoridad, en la responsabilidad, en el espíritu de iniciativa; en la prueba de fuego, esta doctrina había dado a los caracteres el temple del mejor acero, y esto, en los momentos en los que hacia falta levantarlo todo, rehacerlo todo, se reveló como una inumerable palanca.Pero Alemania e italia no fueron las únicas que se vieron afectadas por el gran huracán hitleriano. Nuestro siglo se vía conmovido por él hasta en sus fundamentos, transformado en todos los ámbitos, tanto si se trata del Estado, de las relaciones sociales, de la economía, o de la investigación científica.
El actual despliegue de descubrimientos modernos, desde la energía nuclear a la miniaturización, fue Hitler —¡tápense las orejas, si quieren, pero es asi!— el que lo puso en marcha mientras Europa dormida el sueño de los gandules sin ver más allá de sus narices.
¿Qué hubiese sido de un Von Braun, joven y fuerte germano, totalmente desconocido y sin recursos, sin Hitler? Durante los más ingratos años, éste le empujó, le estimuló. Goebbels tomó el relevo a veces, sosteniendo a Von Braun con su amistad. Incluso en 1944, este ministro— el más inteligente de los ministros de Hitler— dejaba a un lado, sus ocupaciones para animar personalmente a Von Braun en la intimidad.
Como éste, se dieron centenares de casos. Tenían talento. Pero, ¿qué hubiesen hecho solo con su talento?
Los americanos sabían muy bien que el porvenir científico del mundo entero estaba allí, en los laboratorios de Hitler. Mientras se dejaban complacientemente presentar como los reyes de la ciencia y de la técnica, no tuvieron otra preocupación, al resultar vencedores en mayo de 1945, que el precipitarse a través del territorio del Tercer Reich, aún humeante, para intentar recuperar a cientos de sabios atómicos. Los soviets llevaron a cabo una operación similar. Transportaron a Moscú a los sabios de Hitler por trenes enteros. A todos los que se les unieron, los americanos les tendieron puentes de oro. Los EE. UU. hicieron jefe de su inmenso complejo nuclear al Von Braun de Hitler, del Hitler a quien la América moderna debe tanto, el que, ya en agosto de 1939, antes, pues, de que la guerra de Polonia comenzara, hizo lanzar el primer cohete del mundo a los cielos de Prusia.
Ese día. empezó el mundo moderno.
Así como la pólvora mortífera prestó inmensos servicios a la humanidad, la energía nuclear, cuya era inauguró Hitler en 1939, transformará los siglos futuros.
En este aspecto, como en el social, Los detractores de Hitler no vienen a ser más que tardíos y burdos imitadores. ¿Oué otra cosa es el Centro francés de Investigaciones de Pierrelate, que una imitación frágil, incompleta, de la base hitieriana de Peenemunde, con veinticinco años de retraso?..
Desaparecido Hitler, el mundo democrático se ha mostrado incapaz de crear algo verdaderamente nuevo en los sectores político y social.
Ni ha podido corregir lo viejo.
No ha podido siquiera reparar las viejas estructuras , de antes de la guerra.
De Nasser a De Gaulle, de Tito a Castro, de Argelia al Sudán, del Congo a Perú, por donde quiera que se mire, entre los viejos países que intentan resurgir del pasado, entre los nuevos de un Tercer Mundo que despierta, por todas partes salen a relucir las mismas fórmulas hitlerianas: nacionalismo y socialismo y, a la cabeza, el hombre fuerte, encarnación y guía del pueblo, orientador de voluntades, creador de ideal y de fe.
El mito democrático al viejo estilo, pomposo, charlatán, incompetente, estéril, ya no es más que un globo desinflado que dejó de atraer e interesar y que incluso causa la hilaridad de la Juventud.
¿Quién se preocupa todavía de los viejos partidos y de sus viejos bonzos, devaluados y olvidados?
Pero, ¿quién olvidará alguna vez a Hitler y a Mussolini?
Millones de nuestros muchachos murieron, tras una horrible odisea. ¿Qué ha sido, allá, a lo lejos, de sus pobres tumbas?... Nuestras vidas, las de los supervivientes, fueron zarandeadas, destrozadas, definitivamente eliminadas. Pero los fascismos, para los que nosotros vivimos, modelaron nuestra época para siempre. En nuestra desgracia, no deja de ser esto nuestro gran consuelo.
El telón de la Historia puede caer sobre Hitler y Mussolini, como cayó sobre Napoleón.
Los enanos ya no podrán cambiar nada.
La gran revolución del siglo XX está hecha.